¿Llega el cine a zonas rurales o solo a las grandes ciudades?
Pantallas que brillan en silencio: el vacío cultural de la España interior.
Por Ehab Soltan
HoyLunes – En una aldea castellana, el único «cine» que muchos niños conocen es una pantalla de televisión de plasma, heredada y algo empañada, donde sus padres les proyectan DVDs prestados del colegio. Mientras tanto, en las grandes ciudades, las salas vibran con estrenos, festivales internacionales y experiencias inmersivas de última generación.
¿Es el cine un derecho cultural que llega a todos por igual o un lujo urbano disfrazado de accesibilidad digital?
Aunque las plataformas han transformado la manera en que accedemos al cine, «la experiencia cinematográfica colectiva» —la que ocurre en una sala, con luz apagada, sonido envolvente y comunidad compartida— «sigue siendo escasa en entornos rurales». En España, más de 2.700 municipios no cuentan con ninguna sala activa, según datos del Ministerio de Cultura (2023).

Para entender este fenómeno con mayor profundidad, consultamos a Fran J. Saavedra, periodista, productor audiovisual y director de «Esperantia Media» y «Radio Esperantia», quien ha dedicado buena parte de su carrera a «dar voz a los paisajes y personajes que habitan fuera del foco mediático».
Saavedra destaca que, si bien antaño las filmotecas rurales eran fundamentales, el panorama ha cambiado con la llegada de Internet:
«Hasta hace unos años, las filmotecas rurales hacían una labor encomiable. Hoy, cualquiera que viva en un pueblo tiene acceso a una variada selección de contenidos audiovisuales en línea».

Pero más allá del acceso digital, Fran J. Saavedra ha trabajado «activamente en proyectos audiovisuales en entornos rurales», rodando cortometrajes y documentales donde «la proyección local forma parte del alma del proyecto».
«He trabajado en programas de TVE donde los protagonistas eran personas de pueblos pequeños. Las proyecciones en sus propias localidades fueron experiencias entrañables. Actualmente, producimos una serie rodada casi íntegramente en entornos rurales, donde también queremos presentar el resultado».
Además, elogia el potencial de los festivales pequeños o itinerantes como plataformas de descubrimiento cultural:
«Siguen siendo muy importantes, tanto para cineastas como para los entornos rurales que desean mostrar sus paisajes y capacidades. Son indispensables».

Y aunque él prefiere no depender de subvenciones, reconoce la importancia de un tejido público de apoyo:
«Muchos cineastas no podrían empezar sin ayuda institucional. Todo lo que impulse el cine, desde el ámbito público o privado, es necesario para fortalecer la industria».
Sus palabras reflejan una mirada madura y comprometida. «Saavedra es, sin duda, un modelo a seguir» para quienes creen en un cine que inspire desde lo pequeño, lo cercano, lo auténtico.
La democratización del cine no solo depende de tecnología o políticas, sino también de compromisos personales como el de Fran J. Saavedra. Su testimonio nos recuerda que hacer cine rural no es simplemente filmar en el campo, sino activar una red de memoria, pertenencia y visibilidad.
España no está vacía de historias. Lo que necesita son más cámaras dispuestas a escucharlas.
Porque donde hay una historia que merece contarse, debería haber también una pantalla que la ilumine.
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